jueves, 2 de junio de 2011

RAICES Y PALABRAS DERIVADAS

Probablemente recordará que en su época de escuela debió memorizar una lista de raíces griegas y latinas que constituyen la base de las lenguas romances, entre ellas el español. Pues bien, si hace memoria probablemente sabrá que la raíz griega “morfo” significa forma y que “logos” -también griega-, significa estudio o tratado; entonces consecuentemente sabrá que la palabra “morfología” significa en su sentido más literal “estudio o tratado de la forma”. Quizá en la misma clase en la que memorizó aquella lista le enseñaron que la morfología es necesaria en cualquier idioma. Se sabe entonces que la morfología estudia la forma de algún elemento específico en determinado idioma. Esos elementos resultan ser “mínimos, indisolubles, que tienen como función portar elementos gramaticales” (Serna, 2006: 101), es decir, son, entonces,elementos mínimos de una palabra que cargan significado; por ejemplo, del morfema “memo” se derivan palabras como memorando, memoria, memorización.




Ahora lea el siguiente texto teniendo en cuenta que de una raíz pueden derivarse diferentes palabras:

Como siempre olía a café y a cigarrillo, parecía que lo que lo cubría era una tela áspera y gris sobre la cual habían pasado los pies descalzos de algún indigente. Entré y estaba justo donde lo había dejado la última vez. “Estoy armado”- pensé. Lo miré de nuevo detenidamente, como cubriéndome la espalda de un ataque. Él, por el contrario, parecía saludarme cada vez que entraba en la casa, diciéndome: “ven aquí” y señalándome lo que serían sus piernas. Yo sólo lo odiaba. ¿Por qué tuvieron que dejarte aquí? ¿Acaso era ésta un arma de venganza?
Más de una vez pensé acuchillarlo hasta aburrirme, pero sé que mi conciencia me mataría. Hoy voy a deshacerme de él, dejándolo completo, sin cambio alguno en su apariencia, pero por ahí, desvalido… en la basura. Entonces, dejo mi arma en el cuarto, agarro las llaves y trato de sacarlo por la puerta: ¡Está tan pesado!, aún más de lo que pensaba. Trato de desarmarlo, de quitarle pedazos pero recuerdo que lo quiero intacto, en la basura pero intacto. Lanzo un grito seco y desesperado: no puedo. En mi forcejeo me doy cuenta de que lo he dañado, ya no está intacto. Se le ha caído un brazo. Rápidamente cierro la puerta, y me siento a llorar inconsolablemente. ¡Fui tan torpe! trato de armarlo de nuevo y con cuidado, mientras me repito constantemente: “tiene que estar armadito para cuando regrese”.

Está de nuevo en mi casa, en el sitio donde lo dejé ayer. Hoy lo odio más que antes.  

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